jueves, 9 de febrero de 2012

Nada en medio de la nada II

De pronto sientes que la sangre emana. Tibia, líquida, su tacto te desasosiega pero no puedes controlar su mortal flujo. Sientes como todo a tu alrededor se torna difuso, y quieres llorar, pero la angustia tapona tus lágrimas, y quieres gritar, pero lo único que de tus labios brota es un gemido sordo que sólo tú puedes oir. Y lentamente ves cómo la vida huye sin disimulo pero sin prisa, abandonándote a tu suerte, entregándote a la muerte.

El cuerpo no es más que un triste envoltorio de tu alma, y el sufrimiento de aquél apenas sí se siente como un rasguño de ésta.

Si dejas que tu alma se ahogue, si no puedes evitar que caiga al agua y nadie te enseñó a andar, entonces ya nada más te importará, nada salvo desear con todas tus fuerzas volver a esa nada primigenia, a ese origen sin sustancia, a ese éter que había cuando nada era lo que había. Tu pasado y tu futuro, tu infinito descanso del ser donde no ser es lo que hay, donde lo que hay es nada, porque no hay nada en medio de la nada.

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